Nos reuníamos cada jueves, “las mamis del triunfo”, así nos llaman, cada una de nosotras nos regalábamos hora y media para nosotras mismas, empoderarnos y saber que no estábamos solas. En el Centro Comunitario tenemos un refugio, un espacio para aprender, compartir experiencias, reír, corregir, pero sobre todo ser escuchadas.
Siempre pensé que trabajar y proveer era ser madre. Mi relación con mis hijos era muy distante, no compartíamos tiempo de calidad y no me reconocían como mujer ni como madre. Me rehusaba a pedir ayuda pero gracias al apoyo de la Fundación, a través del acompañamiento de las psicólogas del taller y las herramientas que nos brindaban cada jueves, empezaron los cambios en la relación con mis hijos. La orientación que me brindaron en el Centro Comunitario fue fundamental para que yo pudiera salir del entorno en el que vivía y que mis hijos el día de hoy puedan conocer una mejor versión de mí como persona y como madre.
A veces me gustaría tirar la toalla, pero ¡NO ME DOY POR VENCIDA!, pues todo mi trabajo y aprendizaje lo veo reflejado en mis hijos. Las herramientas que adquirí en el Centro Comunitario, ahora son de mi hija, inconscientemente las aplica con mi nieto; ella también ha tomado algunos talleres con certificación, mi hijo mejoró muchísimo en sus calificaciones y acude a los talleres impartidos en el Centro Comunitario.
Lo más significativo para mí, es que me enseñaron a conocer y respetar a mis hijos. Actualmente tenemos una mejor relación, los veo y los siento muy felices. Aprendí que siempre estamos en un constante aprendizaje: “Merezco ser feliz y pedir ayuda no es malo ni de cobardes, sino de madres valientes que luchan todos los días por una mejor vida para sus hijos”.